El lugar de la conferencia será el Salón deActos de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Cantabria (Avda. de los Castros s/n).
Añadimos a la convocatoria el interesante texto que ha escrito la ponente a modo de introducción:
Cuenta la escritora canadiense Margaret Atwood, con gran ironía y sentido del humor, que cuando estudiaba en la universidad, en los años 60 del pasado siglo, no encontraban mujeres para los puestos de responsabilidad en su facultad -a pesar del predominio femenino en la misma-, tuvieran los títulos que tuvieran. Es cierto que, en las últimas décadas, las cosas han cambiado, y mucho si se compara. Sin embargo, hay que preguntarse hasta que punto sigue funcionando una opacidad que impide ver a las mujeres reales, y qué mecanismos siguen actuando para hacer invisibles sus vidas y sus obras en el campo científico, al que me voy a referir concretamente.
Lo que tienen en común los diferentes mecanismos de ocultación, del pasado y del presente, es su carácter androcéntrico. Por eso, para ver esa otra realidad, para desvelar los mecanismos de ocultación, ha habido que cambiar el foco en la búsqueda de nuevos horizontes que permitan ver lo que queda oculto tras esa perspectiva. Han sido las propias mujeres las que han tenido que introducir innovaciones en la investigación, con el fin de abrir espacios nuevos de significación, desplazando a aquellos predefinidos que no dejan ver lo que no está en ese foco. De este modo, se han podido sacar a la luz las diferentes formas de apropiación del trabajo de las mujeres y la ocultación de la autoría femenina.
Algunos ejemplos de científicas significativas del siglo XX, ayudarán a comprender mejor la persistencia de algunos de esos mecanismos. La falta de visibilidad es, a veces, el efecto de la contraposición de potentes imágenes públicas. Este mecanismo es muy palpable en el oscurecimiento de la serbia Mileva Einstein-Maric (1875-1948), debido a la intensa sombra que proyecta sobre ella la sobredimensionada imagen de Albert Einstein. La reaparición de Mileva Maric ocurrió en la década de los 80 del pasado siglo con la publicación del legado de Albert Einstein. Las cartas de amor y ciencia, que se intercambiaron cuando eran novios, desvelaron, por un lado, aspectos referidos a la vida profesional: ponían sobre la mesa la contribución de Maric a los trabajos por los que Einstein recibió el premio Nobel. Por otro, se hacían públicos aspectos de la vida privada de ambos, como era la existencia de una hija fuera del matrimonio, Lieserl, de la que se ha perdido el rastro. Ambos acontecimientos tuvieron efectos y consecuencias diferentes en las vidas de una y otro, si bien lo que conocemos es el éxito público de él. Por ello es preciso analizar conjuntamente a la pareja Einstein-Maric, sacando a la luz las relaciones que se dan en la conjunción del mundo afectivo e intelectual o, más ampliamente, en la intersección del mundo público y el privado, de se desarrollaba la investigación y la vida de la pareja, de este modo puede emerger la parte oculta de la mirada androcéntrica, en la que los espacios marcados previamente como masculinos solo son visibles los hombres y en los femeninos las mujeres.
En otros casos, la invisibilidad está vinculada a la desautorización, la cual obedece a distintas estrategias. Una de ellas es la devaluación de las mujeres recurriendo a estereotipos sexuales. Es el caso de la británica Rosalind Franklin (1920-1958), en cuyos intentos de desautorización James Watson se sirvió de imágenes estereotipadas clásicas: su forma de vestir o su aspecto físico, que, además, no se correspondían con la realidad. Existe un hecho real que subyace a este proceder, y que es precisamente lo que se pretende ocultar. Éste no es otro que la contribución de Franklin al descubrimiento de la estructura helicoidal del ADN, por la que Crick, Watson y Wilkins recibieron el premio Nobel, en 1962, sin que ninguno hiciera mención a la decisiva contribución de Franklin, que había muerto en 1958. La famosa radiofotografía 51 obtenida por ella fue utilizada sin su consentimiento por Crick y Watson para establecer la estructura del ADN. Un hecho que tampoco reconocieron a posteriori. Paradójicamente, todo ello hubiera permanecido en la oscuridad, formando parte de la historia oculta de los descubrimientos femeninos, si no hubiera sido por la polémica suscitada por el libro, La doble hélice, de James Watson. En él convierte a Rosalind Franklin en el "personaje Rosy", un personaje al que reviste con las peores cualidades de las representaciones femeninas misóginas tradicionales.
No obstante, la autoridad científica de Rosalind Franklin fue reconocida también por científicos que habían dejado atrás viejos prejuicios. Uno de ellos, el premio Nobel Aarón Klug, colaborador y amigo, expresó, creo que bastante acertadamente, el conflicto que plantea a una parte de la comunidad científica el reconocimiento del protagonismo femenino, con las siguientes palabras: "No era tímida ni modesta, pero tampoco era jactanciosa. Expresaba sus opiniones con firmeza. Creo que la gente no estaba acostumbrada a hacer frente a una actitud de ese tipo en una mujer. Creo que lo que se esperaba era que una mujer se comportase de otra manera, quizás más sumisa".
Finalmente, conviene añadir que a la falta de visibilidad contribuye también la actitud de algunas mujeres que, a diferencia de los hombres, no ponen en un primer plano su proyección pública, es decir, le dan menos importancia a premios, a reconocimientos, a la fama, en definitiva. Un ejemplo es el de la estadounidense Bárbara McClintock (1902-1992), que recibió el premio Nobel a los 81 años por descubrimientos que había realizado más de 30 años antes. Su singularidad, su pasión científica, su actitud ante los premios, su manera de conjugar invisibilidad y libertad puso en conflicto a la comunidad científica.
La trayectoria vital de esta científica está íntimamente unida a su investigación, en la que concentró todas sus energías, haciendo de ella una forma de vida que iba a transgredir tanto los límites socioculturales impuestos al sexo femenino como la corriente investigadora dominante. Con este modo de proceder McClintock descubrió los "elementos genéticos móviles", rompiendo con el paradigma establecido. Aunque tardíamente fue reconocida y, finalmente, recompensada con varios premios incluido el Nobel de medicina y fisiología, en 1983, ya octogenaria. Sus descubrimientos han sido decisivos en el desarrollo de la genética del siglo XX y han tenido, y tienen, importantes consecuencias en la actualidad. Sin embargo, el nombre de McClintock no aparece cuando se hace la historia de estos descubrimientos, a pesar de la cantidad de premios y
honores que recibió.
Para concluir diré que, desde mi punto de vista, el orden androcéntrico que propicia la invisibilidad femenina, plantea un problema, el cual, en contra de lo que pueda parecer, no es marginal, ni atañe solamente a la mitad femenina de la especie humana. Se trata de un problema central, porque afecta también a la otra mitad masculina que tampoco puede ser pensada con honestidad y rigor si se ocultan discursos y prácticas de las mujeres. Así pues, aunque han sido ellas las que lo han sacado a la luz y han puesto en marcha un proceso de modificación, no es sólo suya la responsabilidad de continuar ese proceso abierto.
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