Codo a codo, decenas de indígenas mazahuas palean cascajo, acarrean arena y grava, cargan ladrillos y varillas, llevan polines, traen los clavos o el triplay, andan activas de un lado a otro en el predio de Mesones 138, en el Centro Histórico.
Esto es parte de la faena diaria que por la mañana, tarde o noche cumplen los integrantes de las 83 familias de la Organización Mazahua de San Antonio Pueblo Nuevo, que después de 40 años de vivir en ese lugar lograrán concretar uno de sus más grandes anhelos: tener su casa propia.
Lo que hasta el año pasado era un conglomerado de hacinadas casas de lámina, cartón y madera, de tres por tres metros, poco a poco va tomando forma: viviendas de ladrillo de 60 metros cuadrados, que serán posible gracias a uno de los pocos esquemas de autoproducción social de vivienda del gobierno de la ciudad.
Josefina Flores Romualdo, dirigente de esa organización, narra que desde 1963 llegó a vivir a Mesones 138 junto con un grupo de mazahuas, y con el dominio sólo de su lengua original, encontraron en el ambulantaje su forma de sobrevivencia. El tiempo y la necesidad las llevó a aprender no sólo el español, sino también a saber organizarse.
En 2000 comenzaron a buscar apoyo de las autoridades capitalinas para expropiar el predio, lo que se concreta dos años después, por lo que tuvieron que sacar sus ahorros de mucho tiempo.
"No ganamos mucho dinero, pero pudimos ir guardando de a 10, de a 20 pesos diarios" de la venta de chicharrones, elotes, dulces en las calles de Pino Suárez, Mesones, 20 de Noviembre, Regina, San Pablo, según explica Josefina Flores.
La siguiente puerta que tuvieron que tocar fue la del Instituto de Vivienda del Distrito Federal (INVI), y en la pasada gestión encabezada por David Cervantes lograron que se les aprobaran créditos bajo el esquema de autoproducción social de vivienda, para lo cual se les asignó 162 mil pesos por cada familia.
Las mismas mazahuas tramitaron licencias y autorizaciones; insistieron en firmas y permisos y se volvieron casi expertas en esos asuntos de ir y venir a las mismas oficinas hasta lograr su objetivo.
No contrataron empresas constructoras privadas, sino que ellas mismas buscaron albañiles que fueran diestros en estos asuntos, pero que tampoco fueran tan caros, y a ellos sumaron su propio tiempo y esfuerzo.
Con su proyecto autorizado -que contempla viviendas de 60 metros cuadrados y hasta un salón de usos múltiples- comenzaron todos a sumar esfuerzos. Los albañiles por su lado y ellas a cargar los materiales que a diario les son depositados a la entrada del predio y que se debe ir acomodando.
Esto es parte de la faena diaria que por la mañana, tarde o noche cumplen los integrantes de las 83 familias de la Organización Mazahua de San Antonio Pueblo Nuevo, que después de 40 años de vivir en ese lugar lograrán concretar uno de sus más grandes anhelos: tener su casa propia.
Lo que hasta el año pasado era un conglomerado de hacinadas casas de lámina, cartón y madera, de tres por tres metros, poco a poco va tomando forma: viviendas de ladrillo de 60 metros cuadrados, que serán posible gracias a uno de los pocos esquemas de autoproducción social de vivienda del gobierno de la ciudad.
Josefina Flores Romualdo, dirigente de esa organización, narra que desde 1963 llegó a vivir a Mesones 138 junto con un grupo de mazahuas, y con el dominio sólo de su lengua original, encontraron en el ambulantaje su forma de sobrevivencia. El tiempo y la necesidad las llevó a aprender no sólo el español, sino también a saber organizarse.
En 2000 comenzaron a buscar apoyo de las autoridades capitalinas para expropiar el predio, lo que se concreta dos años después, por lo que tuvieron que sacar sus ahorros de mucho tiempo.
"No ganamos mucho dinero, pero pudimos ir guardando de a 10, de a 20 pesos diarios" de la venta de chicharrones, elotes, dulces en las calles de Pino Suárez, Mesones, 20 de Noviembre, Regina, San Pablo, según explica Josefina Flores.
La siguiente puerta que tuvieron que tocar fue la del Instituto de Vivienda del Distrito Federal (INVI), y en la pasada gestión encabezada por David Cervantes lograron que se les aprobaran créditos bajo el esquema de autoproducción social de vivienda, para lo cual se les asignó 162 mil pesos por cada familia.
Las mismas mazahuas tramitaron licencias y autorizaciones; insistieron en firmas y permisos y se volvieron casi expertas en esos asuntos de ir y venir a las mismas oficinas hasta lograr su objetivo.
No contrataron empresas constructoras privadas, sino que ellas mismas buscaron albañiles que fueran diestros en estos asuntos, pero que tampoco fueran tan caros, y a ellos sumaron su propio tiempo y esfuerzo.
Con su proyecto autorizado -que contempla viviendas de 60 metros cuadrados y hasta un salón de usos múltiples- comenzaron todos a sumar esfuerzos. Los albañiles por su lado y ellas a cargar los materiales que a diario les son depositados a la entrada del predio y que se debe ir acomodando.
"Entre cinco compañeras cargamos los polines, las varillas y las llevamos hasta el final; otras compañeras llevan la grava o la tierra; también los esposos nos ayudan rellenando hoyos o sacando la tierra", expresa la dirigente de esa organización, la que con eso ha demostrado que es factible y viable impulsar ese tipo de proyectos de autoconstrucción, que les permitirá tener casas más grandes y a un menor costo
Fuente: Periodico La Jornada, 25 de mayo de 2007
Fotos: Marco Pelaez
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